Había una vez tres cerditos que vivían en el bosque Tocino junto a su madre. El mayorera era super inteligente y dedicado en todas las cosas que hacía; el hermano del medio, era algo inteligente pero poco disciplinado, y el pequeño, era muy holgazán, pues al ser el más pequeñito, su madre lo consintió demasiado. Mamá cerdita a menudo se sentía inquieta porque pensaba que estaba envejeciendo y que sus tres pequeños no habían aprendido a vivir sin que ella les resolviera los problemas. Así que cierto día tomó la decisión de hablar con sus hijos:
– Hijitos míos, lo he pensado mucho y creo que ya es hora que formen sus propios hogares y aprendan a valerse por sí mismos – dijo con una dulce pero firme voz.
Los cerditos quedaron muy sorprendidos por las palabras de su madre, pero obedecieron. Al día siguiente, al ver que su madre se quedaría sola y no tendría quien la ayude, decidieron recolectar muchos leños y comida en el granero. Mientras hacían esto, conversaron sobre cómo empezarían su nueva vida y acordaron que irían al bosque vecino y construirían una casa para cada uno.
Llegó el día, los tres cerditos se despidieron de su madre y emprendieron el viaje juntos. Al llegar al nuevo bosque llamado Colmillo, pensaron que sería una buena idea que construyeran sus casitas con 5 minutos de distancia para estar cerca por si alguno necesitaba ayuda, pero lo suficientemente lejos para no incomodarse entre ellos, pues los más pequeñines eran amantes de la música y la fiesta.
El cerdito más pequeño, que era muy vago, decidió que su casa sería de paja, pues era un material que abundaba en aquel bosque. Durante un par de horas, se dedicó a apilar cañitas secas y en un dos por tres, construyó su nuevo hogar. Sintiéndose satisfecho de su creación, se fue a jugar con los vecinos de la zona.
El cerdito mediano consideró hacer una casita más resistente y que lo protegiera mejor, así que pensó en hacer una casa de madera. Se internó en el bosque y trajo consigo todos los troncos que pudo para construir las paredes y el techo. En un par de días, la había terminado y muy contento con el resultado, se fue a jugar junto a su hermano y los demás vecinos.
El mayor de los hermanos aún no había decidido con qué materiales hacer su hogar. Pensando en las opciones, se le hizo de noche y un búho le advirtió que cada cierto tiempo aparecía por ese bosque un enorme y astuto lobo que gustaba de comer cerdo. Entendiendo la situación, el cerdito decidió construir su casita de ladrillos. Como era de esperar, le tomó mucho tiempo terminar de construir su casita, pero lo hizo justo antes de que aquel lobo asomara sus narices.
Sus hermanos, que también habían sido advertidos del lobo, no entendían para qué se tomaba tantas molestias.
– ¡Mira al mayor! – le decía el cerdito mediano a su hermanito más pequeño – Se ha tomado tantas molestias para hacer una súper casa en la que vivirá solito en vez de venir a jugar con nosotros.
– Pues sí. ¡Vaya desperdicio! – Respondía el pequeño cerdito, argumentando que sus casas eran lo suficientemente buenas para protegerlos del lobo.
El cerdito mayor, les escuchó y les replicó:
– Bueno, cuando venga el lobo, veremos qué casa resiste los ataques del lobo, pero siempre son bienvenidos a la mía.
Habiendo terminado su labor, el cerdito mayor dijo con orgullo – ¡Qué bien ha quedado mi casa! Ni un huracán podrá con ella. Cada cerdito se fue a su hogar. Todo parecía muy tranquilo hasta que una mañana, el más pequeño que estaba durmiendo plácidamente escuchó un fuerte golpe en su puerta que lo despertó de un brinco, desconociendo de quién se trataba, preguntó – ¿Quién es? Entonces oyó una voz que decía:
– Abre la puerta, cerdito, de lo contrario ¡Soplaré y soplaré y tu casa derribaré!
El cerdito lo desafió a hacerlo pues confiaba en el trabajo de sus pezuñas. El lobo sopló tan fuerte que la estructura de madera empezó a tambalear hasta caer por completo sobre el pobre cerdito, el pequeño con restos de paja encima salió disparado de su casita y entró a la casa de su hermano mediano.
El cerdito mediano, que estaba cepillándose los dientes, le preguntó al cerdito por qué estaba tan asustado y antes de que pudiera contarle nada se escuchó un golpeteo en la puerta.
El cerdito mediano preguntó -¿Quién toca?
El lobo con su potente voz respondió – soy el lobo y vengo para comerlos, así que abran la puerta o ¡soplaré y soplaré y su casita derribaré!
El cerdito pequeño, temblando de miedo, se metió bajo la cama, mientras su hermano le decía -tranquilo, no pasa nada. Pero el lobo sopló y la casa se estremeció, el cerdito de inmediato se metió también bajo la cama.
El lobo volvió a soplar y los troncos empezaron a caer sobre la cama, así que los cerditos se arrastraron entre los escombros y corrieron a la casa del cerdito mayor. Al llegar gritaron y golpearon la puerta con tanta fuerza que el cerdito mayor supo que algo muy malo estaba pasando. Les abrió de inmediato y cerró la puerta con seguro.
– Tranquilos, chicos, aquí estaréis bien. El lobo no podrá destrozar mi casa. Les dijo con total confianza.
– Nosotros también lo creímos, pero ese lobo es muy feroz – dijeron.
El lobo llegó e hizo las mismas advertencias, pero por más que sopló, no pudo mover ni un solo ladrillo. Aun así, no se dio por vencido y buscó una forma de entrar.
Se trepó por los árboles y subió al techo de la casita, donde vio la chimenea. Se deslizó esperando sorprender a los pobres cerditos, pero no imaginó que el cerdito mayor, previendo esto, prendió carbón y cayó sobre las brasas ardientes. El lobo pegó un aullido desgarrador y salió disparado.
Todos los animalitos del bosque vieron lo que había sucedido y oyeron cómo el lobo iba dando voces de que no volvería por esos lares mientras los cerditos vivieran en ese bosque.
– ¿Ven lo que ha sucedido? – regañó el cerdito mayor a sus hermanos después de lo sucedido – ¡Se han salvado por los pelos de caer en las garras del lobo! Eso les pasa por no tener cuidado y no hacer caso de las advertencias. Espero que hayan aprendido la lección.
¡Y vaya que lo hicieron! Después de aquel susto, se volvieron más responsables, construyeron una casa de ladrillo supervisados por el mayor y vivieron felices y tranquilos.